lunes, mayo 22, 2006

Cuba y sus miedos (I)

© Ángel Luis Martínez Acosta
Caleidoscopio

Me contaba hace poco un amigo que en su reciente visita a Cuba le había sorprendido no haber visto ningún signo de oposición política al gobierno a pesar de las penurias y del clima de falta de libertades ciudadanas que impera, además de observar una gran apatía en casi todas las esferas de la vida social, incluyendo el trabajo, como si el tiempo se hubiese detenido en un punto y todos a la vez se pusieran de acuerdo para adoptar una postura de recibir. Y creo que aquí radica lo más significativo de la Cuba actual: es un país que da la imagen que sólo aspira a sobrevivir sin mucho esfuerzo y que en esa misma medida espera que ocurra algo y, mientras tanto, no tiene recato en recibir lo que le den otros países con tal de subsistir un poco más. Y en esto ultimo se identifican el pueblo y el gobierno.

El cubano de hoy no es aquel que años atrás aún creía en la justicia de los ideales de la revolución y que soportaba penurias en pos de un futuro que pensaba redentor. El desmoronamiento del bloque socialista marcó un hito en este cambio al provocar - en lo inmediato y tras el cese de la multimillonaria ayuda que la Unión Soviética enviaba para mantener artificialmente a un gobierno que le servía de “vitrina” del socialismo en América, - una crisis permanente que ha mostrado a las claras su ineficacia administrativa. El tan cacareado milagro económico de la revolución se ha venido abajo estrepitosamente arrastrando consigo las ilusiones del pueblo. Y para colmo de males, la adopción de medidas para tratar de paliar la situación tales como la autorización de la libre circulación del dólar y el trabajo por cuenta propia, están actuando como un bumerán.

Agosto de 1994 marca el momento en que miles de cubanos se lanzan a las calles de la capital apedreando comercios y lanzando consignas antigubernamentales, movimiento que sólo pudo ser sofocado con la utilización de las fuerzas represivas y de grupos paramilitares disfrazados de obreros. Sofocado el intento Fidel vuelve a utilizar la fórmula que había probado ya con éxito en 1980 como escape a la presión política interna: permitir la salida del país por vía marítima y con alto riesgo de todo el que lo quisiera, aprovechando la coyuntura para expulsar a opositores conocidos. Asimismo obliga a cientos de presos por delitos comunes a abandonar el país para tratar de confundir a la opinión pública internacional acerca de la verdadera categoría moral de los que emigraban.

A partir de esta fecha el gobierno no ha tenido un momento de reposo al tratar de mantener el apoyo del pueblo a toda costa, ya sea organizando conflictos como el incidente del 24 de febrero de 1996 cuando fueron abatidas en pleno vuelo dos avionetas procedentes de Miami, sospechosamente el mismo día en que la oposición interna iba a realizar un concilio, o denunciando internacionalmente el “descubrimiento” de planes agresivos, o movilizando a todo el país utilizando como pretexto el caso del niño balsero; cualquier recurso es bueno para desviar la atención del pueblo a favor del gobierno. Los últimos discursos de Fidel demuestran a las claras que seguirá gobernando autocráticamente y que no realizará ningún tipo de cambio.

Lo que Fidel no dice es que él se apoya hoy más que nunca en el temor que el pueblo siente ante los cambios. Es un miedo en muchos casos irracional a lo desconocido que determina la adopción de una actitud pasiva en el plano político: se prevé que algo va a ocurrir pero no se desea ser protagonista, sino a lo sumo testigo y beneficiario. A lo más que se aspira entonces es a tratar de sobrevivir en espera de tiempos mejores o de emigrar en pos de un presente-futuro.

¿Cuáles son estos miedos y cómo influyen en el panorama político cubano?

En primer lugar, hay que tener en cuenta el sistema de adoctrinamiento político de masas implantado casi desde el mismo triunfo de la revolución. Recordemos que los medios de comunicación son propiedad del estado, así como el sistema educativo y manifestaciones artísticas, lo que se complementa con la prohibición de publicación y circulación de materiales cuyo contenido o autor difieran de la política oficial. A ello se une la obligatoriedad de estudiar los documentos del partido y los discursos de Fidel tanto en los centros de trabajo como de estudio, así como por los sindicatos y el resto de las organizaciones políticas, sociales y de masas. Si a ello sumamos que los cubanos no tienen acceso a televisiones extranjeras, que las noticias del mundo exterior son cuidadosamente “filtradas”, que no pueden comunicarse libremente con el extranjero desde sus casas y mucho menos tener acceso a medios como Internet, entonces se comprenderá mejor la efectividad de la propaganda oficial.

Este adoctrinamiento se fundamenta en repetir hasta la saciedad que el socialismo es el único sistema político justo, el único verdaderamente democrático y libre, además, de propagar las “lacras y vicios” del capitalismo. Por tanto, un cambio político en Cuba sólo sería posible a condición de renunciar a las denominadas “conquistas del socialismo”, que es lo mismo que decir una regresión a la Cuba de los años 50, precisamente a una situación que la revolución erradicó por completo. Dicho de otro modo: el futuro de Cuba está en el socialismo so pena de llevar al país a la ruina. Es un recurso propagandístico burdo y simplista pero que encierra además una medida trágica: cualquier aspiración a cambios es calificada de antipatriótica y sus promotores pueden ser juzgados de traidores además de convertirlos en objeto del escarnio público. En los últimos tiempos, además, el gobierno ha tergiversado a sus anchas la situación actual de los antiguos países socialistas europeos, poniendo el acento precisamente en aquellas cuestiones que permitan ofrecer una imagen negativa como resultado del cambio. Y no puede pasarse por alto la influencia que aún ejercen en el pueblo las medidas efectistas de corte populista adoptadas progresivamente desde 1959 tales como la reforma agraria, la rebaja de alquileres y de servicios públicos, la gratuidad de la educación y la salud pública, la seguridad social, etc.

Cabe señalar que cuando se profundiza en el contenido de estas medidas salta a la vista, primero, que fueron adoptadas fundamentalmente para atraerse al pueblo y, segundo, que su consiguiente proyección -vista desde la perspectiva actual-, es sólo una ilusión de mejora ya que a la larga simplemente ha contribuido a convertir al hombre en apéndice y siervo del estado despojándolo de toda iniciativa personal. Ha sido además el fundamento ideológico más importante para “endiosar” la figura de Fidel Castro de tal manera que poco a poco el cubano ha ido perdiendo derechos y sólo le quedan deberes; y cómo, en virtud de este mismo mecanismo ideológico, dejaba de existir como ente político con voluntad propia e iba depositando en su líder el derecho a ser el único que podía expresar criterios sobre la sociedad y que ha llegado incluso a disponer de la vida y bienes de los ciudadanos a la usanza de los antiguos reyes o de los dictadores contemporáneos. Es triste pero cierto: el cubano medio de hoy tiene poca información sobre la realidad del mundo actual y repite mecánicamente los argumentos del gobierno.

En segundo lugar, hay que considerar la actitud política que las sucesivas administraciones de los Estados Unidos han asumido con relación a Cuba y que se manifiesta, al menos, en dos cuestiones interrelacionadas. Primero, las conocidas y divulgadas pretensiones de dominio de la Isla por grupos de poder desde principios del siglo pasado que se materializaron a lo largo del actual y anuncian el peligro de nuevos intentos, lo que provoca un tipo de temor que condiciona un sentimiento patriótico anti-yanqui muy utilizado por el gobierno. Segundo, y aunque parezca contradictorio, los Estados Unidos han sido el mejor aliado que Fidel ha tenido para justificar sus más importantes decisiones. Baste recordar que la política norteamericana hacia Cuba fue siempre prepotente y hostil desde 1959 y esa misma actitud los llevó, consciente o inconscientemente, a seguirle el juego a Castro sobre todo en los primeros años. Fue esa actitud y como resultado de la agresión económica, lo que permitió a Fidel justificar ante el pueblo su acercamiento inicialmente comercial con la Unión Soviética y que más tarde se convertiría en dependencia; fue esa misma actitud, en este caso como resultado de la agresión militar, lo que le permitió proclamar el carácter socialista de la revolución en vísperas de la invasión por Playa Girón; fue también la política que lo ha ayudado a adoptar el papel de víctima tras la implantación del absurdo- y desde hace ya mucho tiempo ineficaz- embargo económico (bloqueo). Y recientemente, en los momentos en que no le quedaba ya ningún recurso propagandístico, vuelven los Estados Unidos en su ayuda al imponer la internacionalmente criticada ley Helms-Burton que sólo ha servido para que el régimen cubano se regocije en el papel de “víctima del imperio” y que en lo interno ha sabido acaparar la atención del pueblo a su favor.

En cuarto lugar, y muy relacionado con lo anterior, cabe destacar que hay poco apoyo popular a la oposición política interna, e incluso se la mira con temor entre otras causas, porque la mayoría de las organizaciones que la integran desarrollan sus actividades en coordinación con el gobierno de los Estados Unidos de quien reciben reconocimiento y quien además les da acceso a sus medios oficiales de difusión como vía de expresión de su actividad política, de manera que se crea la impresión que si no se tiene el beneplácito de dicho gobierno no puede existir ningún grupo disidente en Cuba. Creo que en estas circunstancias se comprenderá como Fidel se aprovecha para atacar a la oposición bajo la acusación de “agentes pagados por los EE.UU.”, lo cual le brinda además la oportunidad de justificar el no-reconocimiento oficial de su existencia. Deberíamos también tener en cuenta otro factor que limita la posibilidad de una acción popular de carácter más decidida: todo enfrentamiento interno sería, en alguna medida, entre aquellos que alguna vez lucharon unidos por un ideal de justicia social y que hoy muchos sabemos que conllevaba también el apetito de gloria personal. Sería un fratricidio enfrentar a los cubanos que en la actualidad siguen engañados y manipulados por el régimen y que en su fuero interno están convencidos de la justeza de la revolución y por tanto no vacilarán en dar su vida en defensa de lo que consideran lo mejor para su patria, con los que han sufrido el desencanto y descubierto la corrupción del sistema.

Cuba continúa despertando simpatías entre aquellos que abogan a favor de la justicia social y la plena independencia de los pueblos, aunque poco a poco se va revelando la profunda contradicción existente entre la realidad política interna y la imagen exterior que proyecta. Prueba de ello son las condenas que el régimen recibe a diario de todas partes del mundo e incluso de aquellos que alguna vez creyeron en su “canto de sirena”. Castro se va quedando solo y ese es otro de los miedos perceptibles de la Cuba de hoy. A toda costa se aplican medidas que demuestran su debilidad y temor a perecer. La visita del Papa a la Isla, a lo que durante años Castro se negó rotundamente, es quizás uno de los últimos intentos para focalizar la atención mundial y tratar de atraerse a los millones de católicos que hasta el momento han mantenido una respetuosa distancia hacia un régimen que discriminó a los creyentes durante muchos años.

Estos y otros miedos existen y pienso que un primer paso para solucionar la pesadilla que vive hoy Cuba es reconocerlos y actuar en correspondencia. Pero tiene que ser tarea de los propios cubanos, de los de adentro y de los de afuera, intentando superar las discrepancias acumuladas durante los últimos cuarenta años.

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